Aral, el mar que secó la Unión Soviética y que ahora trata de volver a la vida
Donde antes había peces y barcos hoy solo hay arena, cascos oxidados y esporas tóxicas de ántrax. Dentro de muy poco del mar de Aral, antaño el cuarto lago más grande del
mundo, solo quedará el recuerdo. Desde 1960 este mar interior,
fronterizo entre las Kazajistán y Uzbekistán, se ha reducido hasta la
mínima expresión, después de que Stalin y sus sucesores al frente de la
Unión Soviética decidieran que cualquier cosa era sacrificable con tal
de convertir los desérticos territorios de Asia Central en un vergel
capaz de producir miles y miles de toneladas de algodón.
Para
lograr su meta, las autoridades soviéticas diseñaron y ejecutaron una de
las transformaciones más ambiciosas que se conocen, de una magnitud
solo equiparable al daño medioambiental que provocó. En pocos años se construyeron 45 embalses, más de 80 presas y
cerca de 32.000 kilómetros de canales —la mayoría de factura tan
deficiente que pierden casi tanta o incluso más agua de la que
transportan—. Semejante infraestructura desvía de los ríos Amu Darya y
Sir Darya la friolera de 48.000 millones de metros cúbicos al año,
dejándo que el lago quede alimentado únicamente por una octava parte del
caudal original, cifra que la elevada evaporación reduce aún más.
El
plan funcionó... pero a cambio de un precio altísimo. En la actualidad
Kazajstán es uno de los mayores productores mundiales de algodón, pero
la otrora próspera industria pesquera de la zona, que daba trabajo a
cientos de kazajos y uzbecos, está tan seca y muerta como el propio lago, tal y como muestra el documental «Aral. El mar perdido» que la cineasta Isabel Coixet grabó en 2010.
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